lunes, 13 de agosto de 2007

Y llegaron nomás che!



"Bienvenidos a Suecia. Mucha Suerte!!"


Y llegaron nomás che. Laura y Jaime fueron los encargados de ir a recibirlos al aeropuerto. Con Maria nos quedamos a ordenar los pequeños focos de desorden de la casa que habían logrado sobrevivir al ojo hipersensible de Laura. Todo un trabajo de alfarería fina para darles una bienvenida como se merecen todos aquellos que llegan a un nuevo hogar. También preparamos algunas cosas para darles de comer a esos estómagos desconcertados con los cambios de horario. Después de poner casi todo en su lugar, nos sentamos a esperar en el balcón, mirando al horizonte, buscando la aparición triunfal del viejo SAAB rojo, como cuando salió de la fábrica hace 20 largos años.

Mirá - dijo Maria - allá viene la casa rodante. No era precisamente una casa rodante pero sí se parecía mucho a una valija con ruedas. En el techo, en el maletero, por todos lados chorreaban valijas abultadas, cansadas del traqueteo aeroportuario y del abre-y-cierra constante y a prepo que han sufrido en el agotador periplo comenzado en Montevideo, seguido en Iowa y en Chicago y finalizado esta misma tarde en Gotemburgo.




La valija con ruedas.





Nos dimos unos abrazos como abrazaderas en la entrada, antes de empezar a desanudar las piolas que ataban las valijas estreñidas en la baca del SAAB jadeante. Como todos preveíamos y como también todos no deseábamos, los recién llegados arrastraban horas de sueño a granel sin uso, pero la más pequeña, y ahí viene lo del deseo incumplido, llegó a Suecia con los ojos cerrados, mirando para adentro, vaya a saber uno que historia estaba tejiendo en su cabecita mientras todos hacíamos la cola y la mirábamos con expectación, con ansias diría, esperando el momento en que abriera esos ojazos.




Neta, así llegó Valentina.




Misión: despertar a la niña.


Pero tuvimos que aguantarnos viéndola dormir como un angelito por cerca de una hora, mientras el resto subíamos los tres pisos del edificio cargando a hombros los centenares de valijas panzonas ataviadas con un finísimo nylon transparente que les brindó durante el viaje un mínimo de seguridad ante cualquier violación o profanación a la que puedan ser objeto en esos continuos manoseos a nuestras espaldas.



Valijas...


Valijas...


El valijerio de la entrada era mas propio de una delegación completa de fútbol que de una familia normal y corriente. Se trajeron medio Uruguay en las valijas, un pedazo grande del corazón de los que quedaron, material para abrir una juguetería y los recuerdos más insólitos e innecesarios que existen, pero que voy a decir yo de eso si todavía ando con un banderín de Peñarol firmado por Bengoechea (No a lugar los chistes fáciles de los bolsilludos).



Vale en su cuarto.

Después del vals de los abrazos, del que tal el viaje, del tanto tiempo, la cinta transportadora del destino, planificado hacía un par de horas atrás, nos depositó en la mesa, obviamente mucho más larga de lo común porque había abierto el ala de las visitas. Sobre ella, había un florero transparente con flores, un mantel de estreno, café cliente, mermeladas, pan y muffins de chocolate, y un etc de quesos y fiambres. Sabores y olores conocidos que rememoraban viejos tiempos de Javier en Suecia. Nuevos sabores y olores para Mariana que comienza a adaptar sus papilas gustativas y su olfato al nuevo almacén que se abre ante sus ojos, no solo sobre una mesa de merienda o almuerzo, sino en las calles, en las veredas y en los aires renovados que soplan a su favor.





Valentina en entrevista exclusiva con el Katalejo.



Afuera, el día estaba nublado y gris. Adentro, todo lo contrario, la casa se llenó de colores vivos con la primera sonrisa de Valentina. Sonrisa que tardo en venir después de la controvertida y poco ética despertada que sufrió la niña, incitada, eso sí, por los tíos y los abuelos, víctimas inocentes de un tsunami de babas. Sonrisa que les juro aún no ha terminado. El tsunami tampoco. Ambas cosas no han hecho más que empezar.




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