domingo, 9 de noviembre de 2008

THE TESTAMENT

Un estruendo inexplicable a una hora inexplicable de la mañana en San Francisco hizo que saltara de la cama. Por un momento pensé que era un sueño de esos que no suelo tener por las noches. Pero no. Era el sonido ultrasónico de aviones que sobrevolaban acariciando los imponentes edificios del Distrito Financiero. Lo de las caricias era imaginación mía porque no los veía, pero el ruido ensordecedor era cierto porque por ahora no estoy sordo. Lo único que pensé era que los yanquis nos estaban invadiendo y como ocurre siempre, no tardaría en comenzar la lluvia destructora de las bombas sobre la fascinante ciudad de San Francisco. "!Oh my God!", fue lo primero que salió de mi boca. No quería ser un “daño colateral” de esta guerra innecesaria. Pensé en toda esa pobre gente que corría desesperada por las calles cargando lo poco que podían, sus bienes más preciados, sus alhajas, sus tarjetas de crédito, los posters de John Wayne. También pensé en esos mendigos que pululan desorientados por San Francisco que no tienen más que frío y un agujero en el estómago. Esos seguramente no correrían. Por una vez en sus vidas podrían recorrer las lujosas tiendas momentáneamente vacías y se probarían los mejores vestidos y los mejores trajes, se mirarían en el espejo, que bien que les quedan, son la elegancia en persona. Sin prisas, a pesar de la desgracia que se les viene encima, volverían a ponerse sus trapos sucios y hediondos de siempre y colgarían cuidadosamente los trajes y los vestidos en el mismo lugar de donde lo sacaron. Las pocas monedas que había en sus bolsillos jamás serían suficientes para pagar semejante lujo, semejante robo, ni que fueran de oro. Lentamente, enfilarían hacia la puerta. Respirarían el aire fresco de la mañana y tomarían asiento en la vereda del sol a mirar la gente correr calle abajo buscando refugio ante el inminente bombardeo de los aviones invasores yanquis.

Ciudadanos de San Francisco huyendo despavoridos a buscar refugio ante los inminentes ataques aéreos

Aviones estadounidenses a punto de atacar San Francisco.

“El fin del mundo”, pensé en español. “Shit”, dije en inglés británico. “¡El testamento!… ¡the testament, of course!”, fue el grito bilingüe que me desveló por completo, si ya no lo estaba. Eso era lo primero que tengo que hacer, el testamento. Encendí o prendí la computadora u ordenador y empecé a escribir rápidamente, tanto que mis dedos no se veían de lo vertiginoso que se movían. Mientras escribía sin perder de vista del teclado (todavía no puedo escribir sin mirarlo, ¿y qué?) los aviones que sobrevolaban San Francisco todavía no arrojaban bombas. Supuse que estarían buscando e identificando los objetivos. Me acordé del restaurante regentado por iraníes que está pegado a esta pensión de mala muerte. Sólo espero que estos, además de tener unos buenos precios y una comida excelente, no tengan armas nucleares en el sótano, de lo contrario serían un objetivo a destruir y nosotros volaríamos en mil pedazos por todo eso de la onda expansiva que llegaría hasta la tienda del chino de la otra cuadra. No hacñia falta ser Nostradamus ni la vidente Maruja para saber que el infierno ardería en breve y la maravillosa ciudad de San Francisco sería nuevamente escombros como sucedió en 1906 cuando un terremoto la tiró abajo y la vidente Maruja aún no había nacido.

Por no saber escribir sin mirar el teclado no me percaté de que el Word continuaba sin abrirse. ¡Qué pelotudo!, grité en uruguayo. Tenía que empezar otra vez pero ¿qué era todo lo que había escrito antes al aire? Después de pensar 10 minutos, comprendí que no había escrito nada porque no tenía nada que escribir. La desesperación y los nervios habían hecho que tecleara lo primero que se me vino a la cabeza y fue un poema que recité en la escuela cuando tenía 20 años menos y pesaba lo mismo que ahora.


Con la hoja del Word en blanco, pensé en Bill Gates y en las plantas que quedaron en mi casa, en el primero porque me gustaría tener un 1 % de la guita que tiene y en las segundas porque quería que siguieran vivas para nuestro regreso a Sevilla. También pensé en la estufa eléctrica que me olvidé de apagar antes de venir pero eso no sé porque vino a mi loca cabeza.

“Yo, Alejandro dejo… “. ¿Qué deja uno cuando no tiene nada que dejar? Vieron, por eso pensé en Bill Gates, el sí que tiene cosas para dejar. Dejar, dejar… la estufa prendida claro… ay que cagada. Que puede dejar alguien que tiene todas sus pertenencias en un humilde cuartucho de pensión en el centro de San Francisco. Y miré a Mariana. No porque quisiera dejársela a nadie. Dormía como una princesa porque cuando escuché el primer estruendo le puse unos tapones en los oídos de esos que usamos para viajar en el avión, que no ayudan una mierda pero en este caso servían para que Mariana durmiera dulcemente y esperara conmigo, juntos, un triste e irremediable final. A esta hora el asedio de la fuerza aérea estadounidense había cesado. Las insoportables y penetrantes sirenas de los enormes camiones de bomberos (seguramente las que aportan más decibelios a la contaminación acústica del planeta) seguían entrando como puñaladas en la habitación. No era para menos, la locura general había llegado a tal magnitud que los choques, desvanecimientos, rasguños, esguinces, etc. requerían la presencia de ellos. Pero eso no probaba nada porque con catástrofe o sin ella, la sirena de los bomberos es patrimonio sonoro de San Francisco. No exagero nada. Debe ser la ciudad del mundo en que más trabajan los bomberos porque hacen de todo. Sin ir más lejos el otro día una mujer fue atropellada, más bien empujada por un auto en un cruce. A los 5 minutos llegaron 1 ambulancia y 2 inmensos camiones rojos de los cuales bajaron 8 personas, de las cuales para controlar la situación fueron necesarias dos, de las cuales una atendió a la señora siniestrada.

“Yo, Alejandro dejo una estufa eléctrica prácticamente sin uso…” Ven que ni eso puedo. Vamos, no puedo morir sin redactar mi testamento.

“Yo, Alejandro, quien abajo firma, un servidor, un mártir en la guerra de San Francisco, caído en plena batalla cuerpo a cuerpo, alcanzado por bombas enemigas TL3 de alto impacto lanzadas desde el cielo por aviones estadounidenses, otro daño colateral más de otra guerra sin sentido, en definitiva, ese tipo al que todos recordarán con cariño, deja sus recuerdos de San Francisco para todo aquel que…” Suena bien. Los recuerdos de San Francisco. Qué querían, ¡dólares! A veces hay que ser más románticos, che. Más en circunstancias como estas en las que aviones yanquis cargados hasta el tope con bombas napalm sobrevuelan tu cabeza, como en Saigón en el 72, ni pensarlo es bueno. Ahí vamos…


Para los que les gusta la historia, les dejo el Gold Rush (La fiebre del oro)

Una de las causas, sino la única, para que San Francisco sea lo que es ahora fue la fiebre del oro que comenzó en 1849 cuando un tipo no quiso que se encontrara una pepita de oro en las Montañas de Sierra Nevada. Lo explico, resulta que el tipo, pongámosle Peter, vio la pepita de oro en el suelo y pensó que si decía que había una pepita de oro en la zona, el pueblo en el que vivía tranquilamente sin sobresaltos ni embotellamientos, ni smog, ni estrés, se convertiría en una gran metrópoli llena de rascacielos, contaminación y gente de todo el mundo que vendría con la esperanza de hacerse rico, no iba a conseguir nada de oro por lo que no tendría dinero para volverse a su país, por lo que se quedaría en San Francisco para siempre en un barrio en particular rodeado de compatriotas. Para preocupación de Pater, la pepita de oro fue a dar en la cabeza de un vago que se echaba una siesta debajo de un pino. El vago se despertó, sacudió la cabeza y siguió durmiendo plácidamente. Pero cuando Peter pensó que era afortunado, su suerte se torció y a unos cien metros del lugar otro vago que estaba escuchando un partido de fútbol en el que su equipo acababa de hacer un gol, gritó: "¡gol… gol…gol!". La mala suerte se ensañó con Peter y no sólo quiso que le metieran el gol a su propio equipo de fútbol, sino que eso era lo de menos porque las ondas acústicas de los gritos del vago sufrieron una serie de transformaciones en su propagación y lo que se escuchó fue: "¡gold… gold… gold!" (¡oro… oro… oro!). Los gritos fueron escuchados por el carnicero, que llamó a un primo que vivía en Australia, por el panadero que le mandó un SMS a su amante en China, y por la cocinera de los McQueen que como no conocía a nadie en el extranjero discó cualquier cosa y del otro lado del tubo atendió un gondolero de Venecia que ni lerdo ni perezoso se cruzó a remo el Mediterráneo y el océano Atlántico en un par de días. Así más o menos empezó la fiebre del oro, aunque he exagerado algo para hacer la historia más entretenida, que no es lo mismo que verdadera.
Se cree que Peter construyó una balsa y se lanzó al mar a dejar su triste vida en las fauces de los tiburones porque no quería descubrir unas islas paradisíacas que llamaría Hawaii y morir calcinado bajo la lava de un volcán pero el destino y su mala fortuna tenían dispuesto para él un viento fuerte del este que lo llevaría directo a unas paradisíacas y desérticas islas que resignado llamó Hawaii. Minutos después estaba esperando su triste final en la ladera tibia y temblorosa de una montaña humeante.

La ciudad que Peter quería

sábado, 8 de noviembre de 2008

Para los que suben y bajan les dejo Lombard Street

Las cuestas o bajadas, según vayas o vengas, son otra curiosidad de la ciudad. En el Barrio de Russian Hill (la Colina Rusa) se encuentra Lombard Street la calle con el tramo más famoso de San Francisco. A este tramo se lo conoce como “la calle más tortuosa del mundo” y no es para menos ya que tiene un ángulo de 27 grados. Para hacerla transitable tuvieron que hacer ocho curvas en poco más de 100 metros. Después le agregaron canteros con hortensias para darle un toque de color y consiguieron hacer de esta calle una de las más vistosas de San Francisco y sin duda, por lejos, la más fotografiada.






Lombard Street para arriba y para abajo



Para los que les gustan los puentes que mejor que dejarle uno de los más espectaculares: el Golden Gate

San Francisco es una ciudad de grandes puentes. Por el este el Bay Bridge, un puente con dos pisos, uno para ir y otro para volver, conecta a San Francisco con Oakland y Berkley, y al norte el Golden Gate Bridge que la une al condado de Marin. Este último, aunque no es el más grande, es sin duda alguna el puente más emblemático e icono incuestionable de San Francisco. Se terminó en 1937 y se considera una obra maestra de ingeniería en lo que respecta a puentes suspendidos. Además, el imponente Golden Gate con su característico color rojo no deja indiferente a nadie y es una maravilla para la vista.

Bay Bridge



Golden Gate Bridge




Mientras tanto...

... los aviones seguían surcando el cielo. El ruido era ensordecedor. Las bombas no tardarían nada en caer y hacernos polvo.

Para los que les gusta los fenómenos meteorológicos les dejo el fog (la niebla)

El clima de San Francisco es generalmente templado, el agua que está alrededor de la ciudad funciona como moderador del clima. La temperatura nunca baja de de los 0 grados y nunca sube de los 25 grados. Desde mediados de junio hasta octubre más o menos, se produce un fenómeno característico de San Francisco: la niebla. Las corrientes de aire caliente del interior de California se juntan con las de aire frío del océano Pacífico, se condensan y parapapa papá… con todos ustedes, la niebla. Esto sucede por las mañanas hasta el mediodía y vuelve al atardecer. Se producen grandes contrastes de temperatura durante el día. Por más que el solcito caliente nunca se debe salir desabrigado en San Francisco, ¡jamás! La imagen más impresionante de la niebla es cuando cubre totalmente al Golden Gate y se activan las sirenas para que los barcos puedan guiarse porque la navegación se torna bastante peligrosa. Disfruten de las imágenes.

La niebla entrando en la ciudad









Un video imperdible

Para los surfers les dejo las playas

Que sea verano en San Francisco no significa que necesariamente haga calor. La temperatura nunca sobrepasa los 25 grados por lo que no invita a darse un baño, conozco gente intrépida que sí lo haría. Para darse un baño solo hay que salir de San Francisco rumbo al sur o al norte, allí increíblemente sube considerablemente la temperatura. A pesar de ello las playas son extensas, pintorescas y muy limpias. El famoso clima californiano no le toca a esta zona. Sí es zona de surfers que se atreven con las frías temperaturas del agua, esperando la gran ola, de esas que por cierto se ven poco en San Francisco. Que no desesperen, ya vendrá.







viernes, 7 de noviembre de 2008

Para los que cumplen condena y se quieren escapar les dejo Alcatraz

El Fisherman´s Wharf (el muelle de los pescadores) es el embarcadero más famoso y activo de la ciudad. Además de tener una reserva de lobos marinos que dan el toque peculiar y aromático, a la vez que se defienden de los hambrientos tiburones de la bahía, es el lugar de donde salen los ferris y las excursiones hacia la isla de Alcatraz. “La Roca” como es conocida esta antigua cárcel de máxima seguridad que albergó en su día al mismísimo Al Capone, es desde 1963 uno de los atractivos turísticos por excelencia de San Francisco. La seguridad fue cuestionada cuando tres presos escaparon de los que nadie nunca supo de sus paraderos. Otro lugar sin demasiada importancia a no ser por las películas que se hicieron luego que la elevaron a la categoría de leyenda. Otra vez el cine de Hollywood con su poder mitificador, la mejor inversión en marketing turístico de los Estados Unidos.

La isla de Alcatraz

Reserva de lobos marinos en el Fisherman´s Wharf


Para los estresados les dejo la recomendación de no andar en auto en horas punta

Sólo eso, me lo agradecerán (Sobre todo paciencia para cruzar cualquiera de los dos puentes).

Para los que le gusta la diversidad les dejo la multiculturalidad de San Francisco

La cosmopolita ciudad de San Francisco ocupa la punta de una península de 50 kilómetros entre el océano Pacífico y la bahía. Allí entran 800.000 personas, no apretadas pero sí en vías de apretujarse cada vez más. La ciudad tiene su personalidad propia gracias a la mezcla de culturas que históricamente se han producido en ella, tanto entre indios nativos, colonizadores españoles, inmigrantes asiáticos, europeos y africanos, y los buscadores de oro. En los 125 kilómetros cuadrados de San Francisco existe un sinfín de grupos étnicos y culturales. No es muy complicado encontrarlos, cada uno se caracteriza por tener un barrio o zona en particular, como por ejemplo, el barrio chino y el barrio japonés, aglutinantes de la población asiática, North Beach donde se concentran los italianos y Mission District que alberga la comunidad hispánica. En San Francisco se ve gente de todo el planeta y algunos que parecen venir de fuera de este: hindúes, paquistaníes, chinos, japoneses, mexicanos, italianos, turistas de todo el mundo y una larga lista. No en vano el chino con un 18 % y el español con un 12 % siguen en importancia a la lengua más hablada que obviamente es el inglés con un 55 %. Con la comida pasa lo mismo. Hay un inacabable inventario de olores y sabores para elegir, desde un curry de verduras, unos tacos y unas fajitas, unas pizzas y una buena pasta, sushi, arroces de diversos tamaños y colores, carnes de cualquier animal que camina, hasta unas típicas hamburguesas de cadena multinacional. Salvo la comida yanqui y la italiana, el resto es muy picante, demasiado, exageradamente picante. Lo curioso es que pica tanto al entrar como al salir, no sé si entienden. Es de destacar el gran número de asiáticos, mexicanos y centroamericanos que viven en San Francisco. No son sólo inmigrantes sino que segundas y terceras generaciones, hijos y nietos de inmigrantes. La ciudad y en general California tiene sus raíces hispanas. Muchas calles, barrios, edificios y plazas conservan nombres en español. Si nos remontamos a la historia del territorio nos daríamos cuenta de que la zona perteneció a España en 1770 y años después se había instalado la misión de San Francisco de Asís con los primeros misioneros provenientes de México. San Francisco fue territorio mexicano en 1821 hasta que Estados Unidos reclamó el territorio en 1847 llamándola (interrumpo para prevenir y a su vez pedir disculpas a mis adorables lectores por un chiste muy malo que sigue a continuación...) “San Francisco” de Yanquís, ya no más “de Asís”.
North Beach

Una de las tantas pizzerías de North Beach

La iglesia "Mission Dolores", en Mission District



Típicos murales en las calles del Mission District

El barrio japonés, con kimono incluido.



Para los amantes de los vaqueros les dejo al señor Levi-Strauss

En plena fiebre del oro de mediados del 1800 a un mediocre empresario textil medio judío medio alemán emigrado a San Francisco, ya que no encontraba oro por ningún lado, se le prendió la lamparita y en 1872 con unos trozos de tela de algodón muy resistente confeccionó los primeros vaqueros. La prenda que usaban los mineros a finales del siglo XIX pasó a ser usada por los soldados yanquis en la II Guerra Mundial. Pero el gran salto de los vaqueros Levis lo dio como no, el cine de Hollywood, más exactamente Marlon Brando en “Salvaje” y James Dean. El oro que no encontró Levi Strauss en las montañas, lo encontró en su taller de San Francisco. De oro también parece que fueran estos vaqueros en la actualidad.

Museo de Levi´s en San Francisco

Para los altos les dejo los rascacielos

Como toda ciudad importante de Estados Unidos, San Francisco tiene muchos edificios de una considerable altura, todos reunidos en una zona en particular, el Distrito Financiero, el “Wall Street” de la costa oeste. Los edificios que más se destacan son el del Bank of America de 52 pisos y con uno de los restaurantes más exclusivos en la cúspide. Otro edificio emblemático desde 1972 es el Transamerica Pyramid. Este espectacular edificio con forma piramidal que tiene 260 metros de altura y cientos de acaudalados ejecutivos en su interior es el más alto y exclusivo de San Francisco.



Transamerica Pyramid



Para los que nos les gusta caminar les dejo los 5 medios de transporte que existen en San Francisco

Tienen ómnibus, tranvías, Cable Car, metro municipal (MUNI) y metro interurbano (BART). El más destacado sin dudas es el Cable Car que fue declarado monumento nacional, con museo incluido. De las muchas líneas que existían antes de 1906 sólo quedan tres. Es una especie de tranvía de madera abierto que funciona gracias a un cable subterráneo que se mueve a unos 15 kilómetros por hora. El conductor del Cable Car engancha el cable accionando una palanca la cual se suelta cuando activa el freno. No es barato dar un paseo en este vehículo (5 dolores) pero no me caben dudas de que las arcas municipales hacen su agosto porque siempre va abarrotado de gente. El resto del transporte es excelente, rápido y con buenas conexiones, por arriba o por debajo de la tierra.




El Cable car

Para los exóticos les dejo Chinatown

El barrio Chino ocupa 24 manzanas (8 de largo y 3 de ancho) y es otra de las principales atracciones turísticas de la ciudad. Y por supuesto, ya se lo imaginaban, la comunidad china de San Francisco es una de las más grandes fuera de Asia. Hasta hace unos años la comunidad china de San Francisco era la más grande del mundo, pero el barrio Chino de Nueva York creció tanto que lo igualó y hasta superó. Cada barrio de San Francisco parece una ciudad independiente que fácilmente se puede delimitar de una calle a otra, de una vereda a otra. El barrio chino no es la excepción, un par de pasos te pueden transportar a la China más profunda.




Hay dos sectores bien diferenciados dentro del barrio. Por un lado la periferia, territorio de turistas, donde se encuentran las tiendas chinas de souvenir baratos y baratísimos, de telas de seda, de bolsos y de joyas y floreros recargados de muy mal gusto. También está lleno de restaurantes para todos los bolsillos y estómagos. Si nos metemos en el corazón de barrio nos encontramos con la esencia de la cultura china. Las tiendas de souvenir se transforman en pescaderías, fruterías y verdulerías con frutas y verduras curiosas y exóticas. Son comunes los asadores donde ponen en las vidrieras los pollos asados y los tradicionales patos laqueados que se asan con cabeza y allí están los pobres, colgados de ganchos mirando para afuera. Las calles tienen mucha vida, un incesante movimiento de mujeres y ancianos principalmente que hacen las compras antes de las 6 ó 7 de la tarde que es cuando cierra la mayoría de comercios. En los almacenes no hay productos occidentales, solo son productos orientales. Todo lo que allí se ve y se oye es chino: la prensa, el nombre de las calles (también en inglés), los carteles, la publicidad, los edificios con techos en forma de pagoda, los faroles. Cuando te hablan no les entedés nada porque es como si te hablaran en chino (tal vez era inglés ahora que lo pienso). En las plazas es normal ver hileras interminables de ancianos chinos en grupos de cuatro o cinco jugando a las cartas.




Una conclusión es que ir ahí es un viaje interesantísimo a la China de occidente. Una realidad es que los chinos son una gran potencia mundial porque son muchísimos y porque hay que ver como trabajan.


Para los desprejuiciados les dejo el barrio Castro

La ciudad de San Francisco es famosa por tener una de las colectividades gay más grande del mundo, sino la más grande. Lo correcto es hablar de la Comunidad LGBT, o sea, de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales. Castro es como la capital gay de Estados Unidos y referente mundial para la colectividad. Un barrio que se mantiene impecable gracias a que los que viven en él son personas con mucho dinero o con buenos ingresos, aparte de un bronceado y una piel envidiables, y porque lógicamente no hay muchos niños que anden rayando las paredes ni rompiendo vidrios. Además, es uno de los barrios de la ciudad más visitados por los turistas. Las únicas banderas que allí se ven son las de la comunidad gay, con los colores del arcoíris. Cuelgan de los portales de las perfectas casas Victorianas que abundan en el barrio, de las farolas, en los comercios, en el transporte público, etc. Para llegar no hay como perderse, seguir las banderas multicolores. El barrio no es recomendable para aquellos que tengas prejuicios de tipo sexual, homófobos abstenerse. Fetichistas, qué esperan para ir. También todo aquel curioso que no le importe ver a hombres de la mano, mujeres besándose en una plaza, tiendas con coloridos miembros viriles de goma, látigos y trajes ceñidos de látex en sus vidrieras. Pero sobre todo aquellos que respetan aquel dicho popular que nos enseñan en la escuela, creo: “cada cual, mijito, es dueño de hacer lo que quiera con su cu… erpo”.