domingo, 9 de noviembre de 2008

Para los que les gusta la historia, les dejo el Gold Rush (La fiebre del oro)

Una de las causas, sino la única, para que San Francisco sea lo que es ahora fue la fiebre del oro que comenzó en 1849 cuando un tipo no quiso que se encontrara una pepita de oro en las Montañas de Sierra Nevada. Lo explico, resulta que el tipo, pongámosle Peter, vio la pepita de oro en el suelo y pensó que si decía que había una pepita de oro en la zona, el pueblo en el que vivía tranquilamente sin sobresaltos ni embotellamientos, ni smog, ni estrés, se convertiría en una gran metrópoli llena de rascacielos, contaminación y gente de todo el mundo que vendría con la esperanza de hacerse rico, no iba a conseguir nada de oro por lo que no tendría dinero para volverse a su país, por lo que se quedaría en San Francisco para siempre en un barrio en particular rodeado de compatriotas. Para preocupación de Pater, la pepita de oro fue a dar en la cabeza de un vago que se echaba una siesta debajo de un pino. El vago se despertó, sacudió la cabeza y siguió durmiendo plácidamente. Pero cuando Peter pensó que era afortunado, su suerte se torció y a unos cien metros del lugar otro vago que estaba escuchando un partido de fútbol en el que su equipo acababa de hacer un gol, gritó: "¡gol… gol…gol!". La mala suerte se ensañó con Peter y no sólo quiso que le metieran el gol a su propio equipo de fútbol, sino que eso era lo de menos porque las ondas acústicas de los gritos del vago sufrieron una serie de transformaciones en su propagación y lo que se escuchó fue: "¡gold… gold… gold!" (¡oro… oro… oro!). Los gritos fueron escuchados por el carnicero, que llamó a un primo que vivía en Australia, por el panadero que le mandó un SMS a su amante en China, y por la cocinera de los McQueen que como no conocía a nadie en el extranjero discó cualquier cosa y del otro lado del tubo atendió un gondolero de Venecia que ni lerdo ni perezoso se cruzó a remo el Mediterráneo y el océano Atlántico en un par de días. Así más o menos empezó la fiebre del oro, aunque he exagerado algo para hacer la historia más entretenida, que no es lo mismo que verdadera.
Se cree que Peter construyó una balsa y se lanzó al mar a dejar su triste vida en las fauces de los tiburones porque no quería descubrir unas islas paradisíacas que llamaría Hawaii y morir calcinado bajo la lava de un volcán pero el destino y su mala fortuna tenían dispuesto para él un viento fuerte del este que lo llevaría directo a unas paradisíacas y desérticas islas que resignado llamó Hawaii. Minutos después estaba esperando su triste final en la ladera tibia y temblorosa de una montaña humeante.

La ciudad que Peter quería

No hay comentarios: